Para cuando se escuchó la puerta en el piso de arriba,
Marco ya llevaba un buen rato despierto. En silencio. Tumbado en la misma
posición en la que había dormido. Sin moverse. Sin pensar en nada. Solo dejando
pasar el tiempo. Hacía mucho que había dejado atrás el concepto de prisa.
Hacía mucho que había dejado atrás tantas cosas…
Cinco pasos se oyeron, sobre su cabeza, desde la
puerta a la ventana. Y luego el chirrido de la persiana al enrollarse sobre sí
misma. Rápido. Enérgico. Como lo haría alguien para el que todo ese ritual, no
fuera más que una simple rutina. Mickey, probablemente. Donald nunca abría la
ventana. Era bastante más cuidadoso, según parecía indicar su comportamiento,
en lo que se refería a hacerse notar. Y desde luego más huraño que Mickey. Malhumorado
y protestón, incluso. Haciendo honor al nombre que Marco le había asignado,
secretamente. Otros dos pasos y la puerta de algún mueble, que Marco siempre
había imaginado, colgado en la pared. La taza, el plato, y el golpe seco de la
puerta, cerrándose de nuevo. Otro par de pasos. Un instante de silencio. Alguna
nevera, quizás, demasiado silenciosa para oírla desde abajo. Y luego el
microondas. Bip, bip, bip. Y el viejo y clásico zumbido del aparato calentando
la leche.
Otro mueble que se abre. Otro par de pasos. Marco se
incorporó en el catre y busco el libro, a tientas en la oscuridad. Ya no
faltaba mucho, y no quería perder ni un segundo.
Los pasos
empezaron a hacerse más cercanos, a medida que bajaban la escalera y se
acercaban a la puerta. Hasta que dejaron de oírse. Luego un suspiro y
finalmente, el cerrojo de la portezuela, pegada al suelo, por la que solían
hacerle llegar la comida.
Al abrirse, un haz de luz, se desplegó sobre el suelo.
-
- Cuando hayas terminado empuja el plato y
la taza hacia afuera, como siempre. – Dijo la voz de Mickey al otro lado de la
puerta. Luego un instante de silencio, como esperando algún tipo de respuesta,
y de nuevo los pasos por la escalera, alejándose esta vez.
Marco, tomó con cuidado las dos mitades del sándwich y
las colocó sobre la parte menos húmeda del catre. Luego puso el plato a un
lado, y bebió dos sorbos de la leche, tranquilo, con cuidado de no
atragantarse. Luego otros dos más largos, y cuando hubo terminado, colocó la
taza vacía junto al plato y se tumbó, acercando el libro todo lo que pudo al
haz de luz que entraba por la pequeña obertura. Si Mickey estaba solo, como
parecía, tendría al menos, veinte minutos, para leer tranquilo, antes de que
volviera. Nueve, puede que diez páginas si no se ponía nervioso, antes de
volver de nuevo a la oscuridad hasta la hora del almuerzo.
Nueve páginas, muy probablemente. Quizás diez.
Si no se ponía nervioso.
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